viernes, 3 de junio de 2011

Entrevista de Julio Vallana a Francisco Ramírez, autor de Áboles que hablan (adaptación)

Admite que el título de escritor le queda grande, aunque su producción y edición es bastante prolífica, rica y –en el caso de Marca entre lo blanco– muy atractiva ya que cada poema está presentado y diseñado visualmente –con una forma que alude directamente al título de cada pieza literaria. Ahora el psicólogo Francisco Rodríguez presentó recientemente su último trabajo Árboles que hablan, el cual suma como aporte pedagógico una ficha científica sobre cada una de las especies a las cuales les dedicó sus sentimientos e impresiones.

—¿Dónde naciste?
—En Rosario, en 1950.

—¿En qué zona?
—Zona sur, cerca del Parque Independencia.

—¿Cómo era el barrio?
—No ha cambiado mucho. Tranquilo, muy ligado a jugar en el parque, que tenía hamacas.

—¿De clase media?
—Sí.

—¿Qué actividad desarrollaban tus padres?
—Papá era empleado de la Municipalidad y mamá trabajó un tiempo en servicio doméstico, y luego no trabajó más.

—¿Qué hacían en el parque?
—Jugábamos a la pelota, las escondidas, las figuritas y hacíamos travesuras. Vivíamos en la calle, que no eran pavimentadas. Tenía la escuela a una cuadra, al igual que el hospital de Niños. Luego nos mudamos a dos cuadras de allí –a la casa de mi abuela. Íbamos a la morgue y veíamos los chicos muertos, porque el lugar no tenía ninguna seguridad. No nos agarramos una peste porque Dios es grande.

—¿A qué edad?
—Menos de 8 años.

—¿Qué impresión te provocaba esa relación con la muerte?
—Era algo natural; vivíamos en el fondo del hospital –que tenía un campito donde jugábamos. Para nosotros era una gracia. Jugábamos sobre el incinerador de basura y nadie decía nada. Participábamos de las fiestas que había para los chicos internados y teníamos contacto con ellos. Mi relación con la enfermedad, la vida y la muerte siempre fue cercana.

—¿Hasta qué edad estuviste allí?
—Hasta los 8 años, cuando nos mudamos a la zona sur, muy lejos. Papá consiguió un crédito del Banco Hipotecario y tuvimos casa propia, donde sigue viviendo mi mamá.

—¿Perdiste amigos?
—Sí, y comencé el Secundario. Tuve un gran amigo que fue Enrique Llopis.

—¿Se reencontraron?
—Sí, de grandes, cuando hizo La Forestal y yo estaba en la Escuela de Psicología Social. Ahora nos intercambiamos discos y libros.

—¿Eras buen lector desde niño?
—Sí, muy bueno, leía todo lo que llegaba a mis manos, aunque no teníamos biblioteca, como los chicos de ahora. Leía la vida de los santos, Patoruzito, D’Artagnan… hasta los boletos de los colectivos. Es una necesidad que aún me queda.

—¿Alguna línea común entre aquel primer poema y lo que siguió? ¿Cuál era la pulsión?
—Sartre decía que uno piensa las cosas en la adolescencia y las realiza en la juventud y la adultez. La línea tiene que ver con el hombre, la naturaleza, la pregunta, la duda, y tiene que ver con lo terapéutico. Muchos de mis poemas son preguntas.


—¿Qué Secundaria hiciste?
—Comencé en la Escuela Industrial y luego me cambié al Nacional.

—¿Tenías alguna habilidad relacionada con algún oficio?
—No, no había orientación vocacional y con mis amigos dijimos: “Vamos a hacer industrial”. Pero a los cuatro años me di cuenta de que me gustaba el arte, la música y otras cosas, y que no pegaba con ese ambiente.

—¿Cómo descubriste ese universo?
—Comencé a escribir poesía desde los 13 años. No sé de dónde venía esa sensibilidad porque mis padres no escuchaban música. Tuve la gran oportunidad aprovechada de tener un tío acomodador en el teatro Círculo, quien me invitaba a ver conciertos. Así vi gratis grandes artistas y comencé a fascinarme por todo eso.

—¿Alguna situación o personaje que influyó particularmente?
—No, nada especial, para mí todo era bueno y fascinante. Comenzó a gustarme mucho la pintura y tuve amigos que trabajaban en una galería, lo que posteriormente me llevó a participar en concursos de poemas ilustrados. Si tuviera plata me gustaría ser protector de artistas, mecenas de pintores.
-¿Trabajabas desde muy joven?
— Trabajaba desde los 15 años y estudiaba jardinería en la Municipalidad, donde me recibí a los 18 años. Planté árboles en la ciudad y cuidé plazas. Así que pude ser empleado municipal mientras estudiaba. También estudiaba astronomía y dibujo, todo lo cual no tenía nada que ver con la Escuela Industrial. Fue un gran choque hasta que descubrí el Nacional, donde me fasciné porque descubrí la Psicología a través de una profesora. Comencé a estudiar Sociología, Literatura y otras materias humanísticas que me gustaban, y terminé rindiendo 5º año libre. Era otro mundo con otro tipo de gente. Descubrí la política. Recuerdo que había visto la película Doctor Zhivago –que me resultó maravillosa. Tenía un amigo del Partido Comunista que me decía: “Sí, pero el imperialismo acá y allá”. A mí me encantó y la vi 18 veces. Desarrollé algunas amistades que me conectaron con la Universidad y me recibí en cuatro años, porque tenía muchas ganas. El que trabaja y estudia, valora mucho más el tiempo.

—¿Trabajabas por necesidad familiar o por búsqueda de independencia?
—Por necesidad familiar y me ayudó en cuanto a la independencia. A los 15 años surgió lo de la Municipalidad. Mi padre y mi abuelo habían estudiado Jardinería. A la mañana trabajaba y a la tarde iba a la escuela. Fue una oportunidad de la vida. Estuve muchos años hasta que me recibí, estaba de novio con una chica de Entre Ríos, me casé y me vine a vivir a Victoria.

—Así que la relación con la jardinería también comenzó de pequeño.
—Claro. A mi papá le gustaban mucho las plantas. Era director del Mercado de Papas y el tiempo que tenía libre se lo dedicaba a los helechos, con los cuales no tengo suerte.

—¿Por qué la determinación de ser psicólogo?
—Hice un test de orientación vocacional, más la profesora de Psicología que me fascinó con su materia. Tuve un abuelo curandero, entonces lo de tratar con la gente y las enfermedades era una cuestión cercana. Me dejaba entrar a sus sesiones de curación.

—¿Curaba con la palabra o las manos?
—Con la palabra y bendiciones, y daba unas pastillitas de aloe.

—¿En qué ambiente cursaste la carrera de Psicología y qué escuela predominaba?
—Fundamentalmente el psicoanálisis freudiano y después entró la línea de Melanie Klein. Cuando vine a Entre Ríos casi enloquezco porque me habían enseñado que no había que conocer ni entablar ninguna relación con el paciente. Me fui a vivir a Victoria y era el único psicólogo; además había un único bar, un único club… así que cada uno que entraba decía: “Ah, yo conozco a tu mujer porque fui a la escuela con ella”. Era una lucha tremenda entre la teoría y la realidad.

—¿Revisaste a partir de eso tu enfoque instrumental?
—Sí, mi esquema de trabajo. Trabajé con otro tipo de orientaciones como terapias breves, con orientación analítica. Además llegaban niños, adultos… era como un clínico general del pueblo. Y hacía algo que los chicos de ahora no hacen, ni se les recomienda, que es supervisar. Todas las semanas me iba a Rosario.

—Imagino el contraste entre Rosario y Victoria.
—¡Sí! Pero también me hizo enamorar de Entre Ríos. Ya tengo más tiempo en Entre Ríos del que pasé en Rosario.

—¿Continuabas desarrollando tus inquietudes artísticas?
—En un momento estudié Letras, junto con Psicología. Pero en los primeros años, la pesadez del estudio en cuanto a la literatura española y la lingüística me agotó. Así que fui en este aspecto un autodidacta.

—¿Te sirvió la Psicología para responder algunas cuestiones personales?
—Sí… te voy a confesar que en algún momento entré en un ambiente de poetas y dejé de escribir poesía porque sentí que me iba a volver loco. Llegó un momento que tenía una saturación mental por estar todo el día pensando en poesía. Me asustaba porque había visto mucho sobre los poetas que se habían rayado y amigos que estaban rerayados, caminando por las cornisas. Dejé de escribir durante cuatro años porque me asusté.

—¿Qué explicación psicológica le encontraste?
—Es una parte oscura que está siempre presente, porque soy melancólico. Y la poesía tiene mucho de oscuro. Por eso hay muchos poetas alcohólicos y adictos, que sienten que la literatura puede ayudarles a exorcizar fantasmas. Ahora los chicos comienzan al revés: se drogan para tener creatividad (risas).

—Drogarse “para ser como los Rolling…”
—¡Claro! (risas)

—¿Cómo te reconciliaste con la poesía?
—No sé; evidentemente me afirmé con mi propia terapia, me casé temprano… creo que eso me ayudó y seguí escribiendo otro tipo de cosas.

—¿Siempre poemas?
—Nunca me salió un cuento. Una novela es a largo aliento. Admiro a quienes hacen cuentos y novelas. A lo mejor es porque no me puse a trabajar.

—¿Qué fue lo primero que publicaste?
—En la página literaria de El Diario publiqué muchos poemas. Cuando apareció la computadora –con mi hija que estudiaba diseño– comencé a hacer una antología de poemas inéditos, un cuadernillo. Después tuve una pareja que era profesora de Literatura, junté material y mi pregunta era si publicaba o no. Ella me enseñó que cuando uno tiene la necesidad de decir algo y cree que está maduro para decirlo, hay que mostrarlo. Me ayudó a publicar.

—¿Siempre le diste un espacio accesorio y secundario?
—Exactamente. Siempre digo que para ser escritor hay que tener oficio y laburar. Cuando me dicen “escritor”, me suena grande. Escribo más por hobbie que por escritura y no ocupa todas las horas de mi vida. Además escribo cosas científicas, artículos para los diarios y cosas de Psicología. En el arte respeto mucho al tipo que tiene oficio. También hice teatro en Rosario porque soy psicodramatista, lo cual a veces trabajo.


—¿Sos psicólogo social?
—Sí, trajimos a Paraná gente de Rosario y creamos la escuela.

—¿Junto con Pablo Yulita?
—Pablo era profesor de Psicología Social en Rosario y “por culpa de él” estoy aquí en Entre Ríos. Además de mi profesor, fuimos colegas.

—¿Cómo fue ese paso de lo personal a lo colectivo?
—El aprendizaje de lo grupal fue una época importante de mi vida. Trabajamos varios años haciendo psicoterapia de grupo y fue una experiencia muy rica, aunque difícil de llevar y sostener, porque la gente –en general– no está dispuesta a compartir. Siempre intentamos hacer algo con los hombres pero no tuvimos suerte porque cuando los llamabas te preguntaban quién iba, le contestabas y te decían: “Ah, ese lo jodió a fulano” o “Andaba con la mujer de mengano”. ¡Imposible juntar a los hombres para que reflexionen!

—¿Qué modificaste de tu paradigma terapéutico a partir del conocimiento de la Psicología Social?
—Como dice Pichón Riviere, los encuentros son de necesidades y esto me llevó a cambiar mi forma. Pasé del psicoanálisis tradicional a analizarme con una terapeuta psicóloga social y eso cambió mi enfoque. También vino el marxismo relacionado con el psicoanálisis y la ruptura del diván como lugar analítico, la comprensión más amplia del hombre y una tarea de mayor compromiso con la sociedad. El hombre dentro de sus condiciones concretas de existencia


—¿Asociás esa tendencia a la depresión con la imposibilidad de socializar?
—Exactamente, eso es. La soledad profunda y la cuestión de no ver un futuro –por lo menos es mi hipótesis como psicólogo social– se conecta con los suicidios juveniles. En el caso de un tipo que a los 20 años piensa que no tiene salida porque se peleó con la novia o la mujer, evidentemente su mundo ha estado tan restringido que ha puesto todo su libido en una persona, sin la cual no puede vivir. La violencia se ha interiorizado muy fuerte y por eso la autodestrucción y la droga.


—¿Te sirvió el psicoanálisis para el trabajo literario?
—No sabría decirte, pero creo que sí. Uno es una síntesis de todo.

—¿Qué buscás y encontrás en ese mundo?
—El contacto con la tierra es importante. Ver crecer una plantita es muy creativo y saludable. Es mi parte femenina porque llego a una casa y le digo: “Señora, le voy a robar un pedacito de esta planta que no tengo”. Y ella me pregunta qué tengo yo e intercambiamos. Es algo sobre lo que los hombres en general no hablamos. Te habrás dado cuenta de que no he hablado de fútbol, aunque en algún momento practiqué tenis.


—¿Qué te inspira en el momento de la escritura?
— Mi punto de inspiración es visual y tengo una poesía descriptiva. Cuando paso por Victoria para ir a Rosario pienso qué es lo que siente el pez antes de que la garza se lo coma, o lo que le pasa al insecto al caer en la red de la araña… Busco temas en la naturaleza.

—¿Un autor y un libro favorito?
—Me gusta mucho Olga Orosko y tengo sus obras completas. También Juan Gelman y (Juan José) Saer. Leo, busco, vuelvo sobre libros ya leídos. Hay mucha linda poesía.

—¿Un poema al que volvés?
—No. Recuerdo algunos de Neruda, pero no sé leerlos.

—¿Y uno tuyo que reconozcas como muy logrado?
—Estoy armando desde hace mucho tiempo un poemario que se llama Caligramas y son poemas que tienen que ver con mi admiración por Alejandro y la vida de alguien como Maradona. Es sobre los considerados héroes por la sociedad, que terminan quedándose solos y heridos, y en el cual los respectivos amigos hablan sobre ellos. Son dos formas de poemas combinados.


En el prólogo de Árboles que hablan, Laura Erpen dice que Pancho Rodríguez le enseñó a mirar los árboles y a sentirlos distinto, y puntualiza en la necesidad de “más miradores de árboles”, ante el desafío de las ciudades “ya ásperas de cemento”.

—¿En tu último libro confluyen lo literario y tu afición por las plantas y los árboles?
—Sí. Lo venía escribiendo de hace muchos años. Es una combinación de poemas, fotografías, la parte científica que hizo María Isabel Laurencena y el diseño de Fortunato Galizzi. La parte botánica es para que los chicos y jóvenes puedan entender por qué digo tal cosa. Por ejemplo, un poema sobre el chivato: “Tu negritud antigua aún palpita”. Como sonido queda lindo, pero si la gente no sabe que el chivato es de Madagascar, no entenderá porqué lo de “tu negritud”.

—¿Las fotografías son tuyas?
—Sí, siempre he fotografiado árboles y plantas con flores, fundamentalmente. Entre Ríos es maravilloso. Tengo un libro que se llama Impávida llanura, cuya tapa es una fotografía de un doble arco iris en Victoria.

—¿Todos los poemas están relacionados con especies de nuestro hábitat?
—Sí.

—¿Ya fue presentado?
—Sí, en el Consejo de Educación el año pasado, gracias a Eco Urbano que tramitó un subsidio internacional para hacer el libro, si no nunca lo hubiera podido publicar. Hace una semana y media lo presentamos en el Museo de Bellas Artes y ahora posiblemente lo llevaremos a Colón.

Sauce
Amenguas el furor
de las crecientes
acaricias la luz
adormilada sobre el agua
rascas el lomo de los sábalos
del martín pescador sos atalaya
del cardenal el canto
Algunos de la estirpe
caen con dolor
desde los cielos
Sueños recoges
en las tórridas siestas
adormecen las ligas
Acunando vientos
brillando en la pelusa
de las hojas
Acallando la luna
entretejiendo fantasmas
sosteniendo arenas
prendiéndote a la vida

Nombre vulgar: sauce, sauce criollo
Nombre científico: Salix humboldtiana
Familia: salicáceas
Origen: América subtropical y templada de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay.
Características: árbol de 15 metros, copa llorona, ramas péndulas, hojas caducas, hojas de bordes aserrados verde claro, pie femenino y pie masculino, inflorescencias verdosas amarillentas. Florece desde fines de invierno a fines de primavera.
Hábitat: bordes de ríos, arroyos, nuestro delta es famoso por la extensión de “salicáceas naturales” e implantados.
Usos: cajonería, pasta de papel, ornamental; no aconsejable en veredas pues es hidrófila y rompe todo tipo de cañerías.

Julio Vallana
De la Redacción de UNO

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